jueves, 10 de noviembre de 2016

Continuación del Santo Evangelio. . . (cont.)


Resurrección del hijo de la Viuda de Naím

Continuación del Santo Evangelio según San Lucas (VII-11-16).

En aquel tiempo iba Jesús camino de la ciudad llamada Naím, y con El iban sus discípulos y mucho gentío.
Y cuando estaba cerca de la puerta de la ciudad, hé aquí que sacaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; e iba con ella gran acompañamiento de personas de la ciudad.
Así que la vió el Señor, movido a compasión, le dijo: No llores.
Y acercándose tocó el féretro, (y los que lo llevaban se pararon). Dijo entonces: Mancebo, Yo te lo mando; levántate.
Y luego se incorporó el difunto y comenzó a hablar. Y Jesús lo entregó a su madre.
Con esto quedaron todos penetrados de un santo temor y glorificaban a Dios diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo.

Comentario:

¿Quién es ese hijo muerto y quién esa Madre desolada?

El hijo eres tú y tu muerte es el pecado.

La Madre es la Iglesia y su desolación es causada por tu pérdida.

Incorporados al Cuerpo Místico de Cristo por el Bautismo, vivimos la vida sobrenatural por la gracia. El Cuerpo místico es la Iglesia, que es vivificada por la acción del Espíritu Santo, así como nuestro cuerpo material lo es por nuestra alma.
Cuantos hemos sido bautizados pertenecemos al Cuerpo de la Iglesia, como las células al organismo que forman. Si conservamos la Gracia del Bautismo, no sólo formamos parte del cuerpo, sino también somos vivificados por el Espíritu.

Sin embargo, cesa en nosotros esa vida espiritual si el pecado mortal mata nuestra alma. Pero no dejamos de pertenecer al Cuerpo Místico, pues estamos bautizados, aunque sólo permanezcamos en él como células paralizadas e inactivas, o por mejor decir, células muertas.

La Iglesia, Nuestra Madre, no nos deja; nos cuida como hijo único y eleva a Dios sus ruegos, lanza sus gemidos, derrama sus lágrimas, pues sea en gracia o en pecado, el Bautismo nos hace hijos de la Iglesia; si en gracia para participar plenamente de las gracias en merecimiento de congruo; si en pecado, por beneficio divino somos resguardados de peores caídas, conservados en la fe, y somos ayudados de las preces y méritos de nuestros hermanos para alcanzar de Dios nuestra conversión, aunque con mérito de condigno, es decir, por la sola misericordia de Dios y sin merecimientos de nuestra parte.

Que somos siempre de la Madre Iglesia, lo prueban estas palabras del Apóstol: "Sive enim vivimus, sive morimur, Domini sumus": "Sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos". Lo cual confirma aquel texto del Libro de la Sabiduría que citábamos en otra ocasión: "Si pecáremos, tuyos  somos aunque por esa causa habremos de experimentar la fuerza de tu poder y tu grandeza en castigarnos; y si no pecamos, sabemos que con mayor razón nos cuentas en el número de los tuyos" (Sap. XV-2).

El pecado deja nuestra alma inactiva en orden a la gracia, como lo estaba en orden a la vida el cadáver del mancebo de que trata el Evangelio. Y así como la resurrección de ese joven no se logró por sus méritos sino por los de su madre, así también el pecador no puede, de suyo, alcanzar la gracia ni pedirla ni percibirla, si un impulso de fuera (los méritos de Cristo administrados por la misericordia divina mediante la Iglesia) no le visita. Ya dice el Apóstol San Pablo: "Nemo potest dicere Dominus Jesus nisi in Spiritu Sancto" "Nadie puede decir Señor Jesús (en orden a su salvación) sino por (la fuerza de) el Espíritu Santo". (I Coro XII-3).

¡Qué estado tan miserable es el del pecado! ¡Y qué fuerza impetratoria la de la Iglesia para alcanzar los méritos de Cristo! Bástale con presentarse llorosa; bástale con ofrecer al Padre los méritos de Cristo, a Cristo los de María, los de San José y los de los Santos; bástale mostrar las lágrimas de los penitentes, las oraciones de los contemplativos, los trabajos de los misioneros. . .

Jesús, compadecido, detiene en su carrera el féretro de la culpa en que ese cadáver espiritual es conducido al sepulcro del infierno, y, hablando en nombre propio, logra la conversión del pecador, más portentosa que todas las resurrecciones físicas.

Oh madres, llorad la muerte espiritual de vuestros hijos más que gloriaros de su salud corporal, como lo hace la Iglesia con los que pecan, y Jesús se compadecerá de vuestras lágrimas.

Oh pecadores, detened vuestra carrera de maldad y escuchad los gemidos de la Iglesia vuestra Madre; acudid a sus méritos y Jesús, por sus lágrimas, con voz omnipotente os devolverá la vida de la gracia.


NOTAS:


Naím.-Se encontraba este poblado en Galilea. Su topografía se localiza junto al monte Hermón, cerca del monte Tabor.

Cuerpo Místico.-Es una preciosa expresión con que San Pablo señala la íntima relación y solidaridad espiritual de Cristo con los Redimidos. (Consultar Rom. XII-5; I Coro. X-I6-17; XII-13,27; Eph. I-23; II-16;IV-4, etc.). La revelación de este misterio es "recibida primeramente de labios del mismo Redentor, por lo que aparece en su propia luz el gran beneficio, nunca suficientemente alabado, de nuestra estrechísima unión con tan excelsa Cabeza ..." (Pío XII Mystici Corporis I). (Consultar Jn. XV-1-8)


Mérito en general.-Es la propiedad de la acción humana por la cual es digna de premio o castigo. – Cuando una obra buena ha sido realizada de modo sobrenatural, merece recompensa sobrenatural. Consultar Rom. II-6; Math. XVI-27). - Se llama mérito de condigno o de justicia al derecho que por una obra buena sobrenatural tiene el justo a una recompensa sobrenatural, porque Dios así lo ha prometido. - Mérito de cóngruo o de conveniencia es un mérito que no da derecho, en justicia, al premio sobrenatural, aunque sí dispone a Dios a concederlo.


lunes, 24 de octubre de 2016

Continuación del Santo Evangelio. . .(cont.)



Confianza en la Providencia

Continuación del Santo Evangelio según San Mateo (VI- 24-33)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Ninguno puede servir a dos señores; porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o si se sujeta al primero, mirará con desdén al segundo. No podéis servir a Dios y a las riquezas.

En razón de esto os digo: no os acongojéis por el cuidado de hallar qué comer para sustentar vuestra vida, o de dónde sacaréis vestidos para cubrir vuestro cuerpo. Qué, ¿no vale más la vida que el alimento y el cuerpo más que el vestido?

Mirad las aves del cielo cómo no siembran, ni siegan, ni tienen graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Pues no valéis vosotros mucho más sin comparación que ellas?

Y ¿quién de vosotros, a fuerza de discursos, pude añadir un codo a su estatura?

Y acerca del vestido, ¿a qué propósito inquietaros? Contemplad los lirios del campo cómo crecen. Ellos no labran, ni tampoco hilan: sin embargo, Yo os digo que ni Salomón, en medio de toda su gloria, se vistió con tanto primor como uno de estos lirios.

Pues si una hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios así la viste, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?

Así que no vayáis diciendo acongojados: ¿qué comeremos o qué beberemos o con qué nos cubriremos?, como hacen los gentiles, los cuales andan ansiosos tras de todas estas cosas; qué bien sabe vuestro Padre la necesidad que de ellas tenéis.

Así que, buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás se os darán por añadidura.

Comentario:

Maravillosa es la lección que ofrece Jesús a los hombres bajo la pintoresca imagen que hoy presenta y que meditaremos bajo el tema de la Confianza en la Providencia.
Dios nos creó de la nada, pero no nos abandonó a las leyes naturales de nacer, crecer, reproducirse y morir; sino que, además de conservarnos, cuida de nosotros con paternal solicitud.

Jesucristo procede con lógica admirable en su razonamiento que constituye un argumento incontestable. Las criaturas insensibles y las no racionales, cuya graduación en la escala de los seres es inferior en perfección, relativamente, a la nuestra, obtienen de su Providencia abundancia de medios para; ¿cuánto más proveerá el Señor al género humano, que por poseer alma espiritual e inmortal y haber sido creado a imagen y semejanza Suya, es su hijo predilecto y Rey de la Creación?

Sin embargo, la conducta de nuestro siglo materialista lanza un mentís blasfemo contra esta verdad y fiel promesa de Dios, para cohonestar su ansia de placer desordenado y los crímenes que comete para prolongarlo.

Según la maldad de muchos hombres y mujeres, el mundo padece hambre debido al exceso de población; los hogares están en la miseria por la abundancia de hijos. Ellos, en un rasgo de caridad por el mundo y por los hijos que tal vez, en un futuro incierto podrían  vivir menos decorosamente, se entregan a los placeres sexuales sin más finalidad que la del placer mismo, porque es, según dicen, una necesidad imprescindible, pero, valiéndose de recursos médicos ilícitos, siegan en su raíz la misma fuente de la vida, impidiendo criminalmente que nuevos seres les vengan a imponer obligaciones molestas. Y cuando el Creador hace prevalecer sus derechos decretando el nacimiento de un nuevo ser a pesar de esas perversas precauciones, maldicen al nuevo ser como un intruso y le matan antes de que vea la luz, constituyéndose con esta abominación en ¡homicidas de sus propios hijos!

No creo que a estos criminales haya de exhortárseles a confiar en la providencia, pues no es la desconfianza la raíz de sus aberraciones; su mal estriba en el apetito desordenado de placer sexual y, por consecuencia, en un burdo egoísmo que emplea cualquier medio, por ilícito que sea, para lograr el máximum de satisfacción a costa del mínimum de esfuerzo y responsabilidades.

Pero, si hubiésemos de creer a sus lamentaciones; es oportuno hacerles memorizar las dulcísimas palabras de Aquel que, siendo manso en sus enseñanzas, será juez inexorable al tomar cuenta de su práctica: Si el Señor alimenta a las avecillas  y viste a los lirios, “¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?”

Bien sabe vuestro Padre Celestial lo que necesitáis vosotros, y El, que es dueño de dar la vida y sostenerla a quien le plazca, dueño del espacio y dueño del tiempo, conoce por anticipado qué es lo que necesitarán los nuevos seres que nacerán mañana, y no les faltará el sustento cotidiano.

Pero si los hombres perseveran en ofender con práctica blasfemia Su Providencia amorosa, seguirá El castigando los hogares con maldición y con miseria, y al mundo entero con hambres, con pestes, con guerras y con el exterminio de la muerte.


NOTAS:

La  anterior homilía fue pronunciada siguiendo la doctrina tradicional de la teología católica sobre el control de la natalidad, que nunca había  sido impugnada por parecer a todos los teólogos y católicos en general suficientemente cimentada en la Ley Natural. El problema comenzó  a agitarse con nuevos aspectos desde el descubrimiento Ogino-Knaus. Cuando predicábamos esta homilía era ya un tema candente aun dentro de las sesiones del Concilio Vaticano II. Después de la clausura del Concilio, el Papa Paulo VI emitió su famosa Encíclica “Humanae Vitae” confirmando la posición tradicional de la Iglesia en materia tan delicada cuya invariable moralidad fue determinada por el mismo Autor de la naturaleza humana.


Ley Natural.- Aquella que Dios ha fijado en la naturaleza íntima de las criaturas. Si se refiere a la criatura racional se llama ley moral natural, que es la ordenación de la razón y voluntad divinas en cuanto rige los actos humanos. Su moralidad está fundada en una intrínseca relación de conveniencia o repugnancia con la naturaleza humana, de suerte que proceden contra su ser natural quienes la violan y lo conservan quienes la guardan. Toda criatura racional está, por su razón y su conciencia, naturalmente inclinada a la observancia de la ley natural. (Consultar Rom. II-14,15).


miércoles, 12 de octubre de 2016

Continuación del Santo Evangelio. . .(cont.)



P R O L O G O

Los textos evangélicos que presentamos corresponden a los párrafos elegidos para los esquemas litúrgicos entonces insertados en el Misal Romano promulgado por el Sacrosanto Concilio de Trento. (Pío V – Pío X – Benedicto XV).

Hemos procurado reconstruir los mismos textos que entonces se leían en el púlpito y que corrían de mano en mano impresos en la Hoja Dominical. Eran entresacados de la traducción castellana tenida, en aquellos días, como hecha por el Ilmo. Sr. Dn. Félix Torres Amat, Obispo de Astorga. La fluidez y cadencia del lenguaje puntualizado por algunas interpolaciones explicativas daban tal fuerza didáctica a los párrafos evangélicos, que, leídos año tras año, iban grabándose en la mente y en el corazón de los oyentes insensible pero profundamente.

Más tarde esta misma traducción ha sido publicada por el Apostolado de la Prensa de Madrid, identificándola los sabios como original del R.P. José Miguel Petisco, de la Compañía de Jesús, doctísimo Escriturista y profundo conocedor del griego, el hebreo, el caldeo, siríaco y árabe; nacido en Ledesma, Salamanca, en 1724 y muerto en 1800. Torres Amat la había revisado e intercaló, como hemos dicho, algunas glosas brevísimas en letra cursiva dentro del texto y la anotó sabiamente. Fue él quien la dio a conocer y la divulgó entre los pueblos de habla hispana.

Guardaban también nuestros mayores con gran reverencia en la mesa principal de la sala o en el lugar de honor de su Biblioteca, la muy respetable edición bilingüe del Ilmo. Sr. Don Felipe Scio de San Miguel, Obispo de Segovia (1790-1794), riquísima en anotaciones y editada en cinco preciosos volúmenes de sobria presentación y acabado.

La traducción de Scío es precisa y más apegada al texto de la Vulgata; la de Torres Amat en tan valiosa como la anterior, pero sigue una cierta libertad más castiza que la hace más ágil y atractiva. Quizás por esto se divulgó más y fue empleada como base de la comunicación que el Sacerdote entablaba con el pueblo en la predicación de la Homilía: era un pueblo acostumbrado a desterrar las expresiones triviales de la literatura destinada para el culto divino; era un pueblo de fino oído musical que, cantando, había memorizado el incomparable Catecismo de Ripalda y rumiando los conceptos místicos en la penumbra de los templos y en el recogimiento de sus alcobas, había asimilado la sublime “Imitación de Cristo” que leía suavemente en la cadenciosa traducción del R.P. Juan Eusebio Niéremberg. . .

Cada párrafo evangélico está precedido de la consabida introducción: “Continuación del Santo Evangelio según. . .” con que anunciaba el Sacerdote a los fieles la traducción que hacía del texto latino al idioma patrio. Generalmente el primer versículo es tomado a la mitad, precediendo al texto aquella clásica introducción de: “. . . En aquel tiempo, - dijo Jesús a sus discípulos – esta parábola – acercáronse a Jesús los Escribas y Fariseos - dijo Jesús a las turbas de los judíos. . .” que proporcionaban el marco histórico del acontecimiento o la doctrina expuesta. Hemos procurado, además, que el texto sea íntegro como en el Misal aunque nuestro comentario fije su atención en un solo hecho o dicho de los varios que entran en la sección.


Cuanto a los textos citados en el curso de la homilía, unos son tomados de la traducción que de la Biblia hicieron Bover-Cantera; otros de         Nacar-Colunga o Colunga-Turrado; otros de los traducidos por Fr. Serafín de Assuejo y de otras versiones católicas que tuvimos a la vista cuando preparábamos estas homilías con la intención de predicarlas a los Fieles.  

    

viernes, 7 de octubre de 2016

Continuación del Santo Evangelio. . . (cont.)




Los Diez Leprosos

Continuación del Santo Evangelio según San Lucas, (XVII-11-19).

En aquél tiempo, caminando Jesús hacia Jerusalén, atravesaba las provincias de Samaria y Galilea. Y estando para entrar en una población, le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se pararon a lo lejos, y levantaron la voz, diciendo: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros. Luego que Jesús los vio les dijo: Id y mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que cuando iban, quedaron curados. Mas uno de ellos, apenas vio que estaba limpio, volvió glorificando a Dios a grandes voces, y postróse a los pies de Jesús rostro por tierra dándole gracias; y este era un samaritano. Jesús dijo entonces: ¿No son diez los curados? ¿y los nueve dónde están? No ha habido quien volviese a dar a Dios gloria, sino este extranjero. Y le dijo: Levántate, vete, porque tu fe te ha salvado.

COMENTARIO:

A diez hombres, a quienes la nacionalidad y la posición social habían colocado en lugares muy distantes, los reúnen el dolor y la desgracia. Echados de su ciudad por causa de la lepra, vagan por las afueras mendigando un pan y lamentando su infortunio.

De pronto brilla un rayo de esperanza: Jesús, el Taumaturgo, pasa por esa población, y levantando a una sus debilitadas voces, le piden su curación con estas palabras: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.

Jesús significa salvador. Así lo dijo el Ángel a San José: "Le pondrás por nombre Jesús, pues El salvará a su pueblo de sus pecados". (Mt. I-21).

Una vez más la lepra significa en el Evangelio el mal moral que llamamos pecado; pues así como el leproso es muerto en vida, así también el pecador está muerto en el espíritu aunque tenga la apariencia de vigor y salud corporales.

Por esto le invocan con el glorioso nombre de Jesús, para lograr su salvación, su salud, su vida.

Llámanle también Maestro, pues la salvación no estriba solamente en la bondad de las costumbres sino también y sobre todo en la fe a la verdadera doctrina. Muchos hombres conocemos cuyas costumbres morales son irreprensibles, y sin embargo se obstinan en rechazar la verdad conocida; tal es el caso de muchos protestantes, que al parecer llevan una vida santa; pero escudriñando en el fondo hallamos que toda su bondad de corazón cae por tierra a causa de su ofuscación intelectual, es decir, por no aceptar la luz de la doctrina católica.

Hay dos clases de lepra: la del corazón, o sea la corrupción de costumbres, y la del entendimiento, o sea la corrupción de la fe.

La una no puede ser curada sin la otra, pues fe y costumbres son dos condiciones esenciales para salvarse; mas si el corazón estuviese dañado por la depravación de costumbres pero se conservase la salud del entendimiento por la perseverancia en la verdadera fe, hay grandes probabilidades de salvación. Así lo asegura Jesucristo: "En verdad os digo que todos los pecados se perdonarán a los hijos de los hombres, y aun las blasfemias que dijeren" (Mc. III-28). Y el Libro de la Sabiduría (rechazado por los Protestantes) no priva de su pertenencia divina al que, conservando la fe, tiene la desgracia de resbalar en las costumbres: "Sí pecáremos, tuyos somos aunque por esa causa habremos de experimentar la fuerza de tu poder y tu grandeza en castigarnos; y si no pecamos, sabemos que con mayor razón nos cuentas en el número de los tuyos". (Sap. XV-2).

Sin embargo, si la fe se halla desviada con culpa, es decir, rechazando la verdad conocida, esta lepra del entendimiento no podrá curarse, ni le valdrá para cohonestarla la pretendida bondad del corazón. Así lo afirma Jesucristo añadiendo a sus palabras anteriores las siguientes: ". . . Pero el que blasfemare contra el Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, sino que será reo de pecado eterno" (Mc. III-29).

Una sola condición pone Jesús a los leprosos para ser curados: "Id y mostraos a los Sacerdotes".

El protestante pretende con petulancia ser directamente iluminado por el Espíritu Santo en la interpretación libre e individual de las Sagradas Escrituras: y en cuanto al perdón de sus pecados, dice que lo alcanza directamente de Dios. Pero ¿interpreta rectamente la intención de Jesús al instituír la Jerarquía? Su mandato es terminante: para librarse de la lepra de fe y costumbres, es necesario mostrarse a los Sacerdotes, en quienes El ha depositado su Magisterio, y su Gracia para sanar a las almas.

Pero la soberbia protestante desprecia al Sacerdocio; dice que no ha de postrarse ante un hombre pecador para obtener perdón. Lógica consecuencia es que, si no cumplen con las condiciones que estableció Jesucristo, permanecerán con su lepra, sobre todo la lepra de la incredulidad, que es precisamente el pecado contra el Espíritu Santo, por rechazar la verdad conocida.


¡Oh hombres, todos, a quienes las miserias espirituales han inoculado el alma de lepra! Clamad humildemente a Jesús por vuestra salvación y El, por medio de sus Sacerdotes, limpiará de pecado vuestros corazones y disipará con su Fe Católica las tinieblas que invaden a vuestros entendimientos.


miércoles, 28 de septiembre de 2016

Continuación del Santo Evangelio. . .(cont.)




Jesús cura a un Sordomudo

Continuación del Santo Evangelio según San Marcos, (VII, 31-37).

En aquel tiempo, dejando Jesús otra vez los confines de Tiro, se fue por los de Sidón hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de Decápolis. Y presentáronle un hombre sordo y mudo, suplicándole que pusiese su mano sobre él para que le curase. Y apartándole Jesús del bullicio de la gente, le metió los dedos en las orejas, y con saliva le tocó la lengua. Y alzando los ojos al cielo, arrojó un suspiro, y díjole: Effeta, que quiere decir, abríos, y al momento se le abrieron los oídos, y se le soltó el impedimento de la lengua, y  hablaba claramente. Y mandóles que no lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo mandaba, con tanto mayor empeño lo publicaban y tanto más crecía su admiración, y decían: Todo lo ha hecho bien: ha hecho oir a los sordos, y hablar a los mudos.

COMENTARIO:

Un nuevo milagro de Jesús, la curación del sordomudo, nos debe hacer pensar en las miserias propias de nuestra alma, pues, como explica San Jerónimo, las enfermedades corporales narradas en el Evangelio son como una figura de las afecciones espirituales que a menudo nos aquejan.

Hay, en efecto, una sordera espiritual seguida de una mudez de la misma naturaleza.
Si es verdad lo que dice el pueblo, que “no hay peor sordo que el que no quiere oir”, debe aplicarse con razón a quienes no desean escuchar la voz de Dios.

Voz de Dios es el clamor de la naturaleza, que con su presencia nos grita la grandeza y el poder de su Creador. Voz de Dios es el ejemplo de los buenos, que con su virtud reprueban el pecado. Voz de Dios es la presencia de la Iglesia que con sola su existencia lanza un mentís a quienes la detestan. Voz de Dios es la acción sacerdotal con la administración de los Sacramentos y la predicación de la divina palabra.

¡Y cuántos hay que todavía resisten a esta voz y dicen que no existe, con mayor necedad que la de un sordo que ridículamente negara la existencia de los sonidos musicales ante un conjunto sinfónico ejecutando el pleno de un fortísimo!

Este último llegaría a tener excusa aunque puede aún argüírsele por el sentido de la vista. Pero el  que no puede tener excusa es el que no quiere ceder a la insinuación de Dios, precisamente porque su mal se localiza en la voluntad, que por ser esencialmente libre, es el principio de la responsabilidad personal.

Pero nuestra acción relacionada con la gracia no sólo ha de ser pasiva como la del que escucha, sino también activa como la del que habla.

Quiero decir que no solamente hemos de recibir las gracias de Dios con avidez, sino también hacerlas fructificar hasta centuplicarlas.

Quienes no obran bien se equiparan al mudo, que no profiere palabra y no comunica ideas.

Sobre todo hay mudez cuando, a las insinuaciones de Dios o de la Iglesia, no existe la respuesta de las obras efectivas de virtud o la obediencia a la Ley, o el respaldo social a la acción de los Pastores.

Hay otra mudez propia de ciertas personas que aparentemente usan del lenguaje espiritual, y es la falta de integridad, culpable, en la declaración de sus pecados. Quienes callan, por vergüenza y a sabiendas, sus pecados en Confesión, no solamente no han obtenido el perdón de los pecados declarados, sino que, además de retenerlos sin el perdón, añaden el horrible pecado del sacrilegio.

Muchas veces la sordera y mudez espirituales comienzan por la indiferencia en materia de religión, continúan con el desprecio de la Gracia y concluyen con el endurecimiento del corazón y la impenitencia final. ¡Vivir mal y morir bien, cuán pocos casos se ven!, dice el pueblo cristiano.

Cuál sea la gravedad de este mal, nos lo indica la actitud de Jesucristo, que gimió amargamente al ver al sordomudo.

¡Cuántos gemidos y lágrimas hemos arrancado nosotros al Corazón de Jesús, a causa de nuestra sordera y mudez espirituales en nuestros desvíos, en nuestros años de descarrío!

Que la gracia toque nuestra alma y mueva nuestro corazón para prontitud a sus llamamientos, pues nos dice la Escritura: “Si hoy escucháreis Su voz, no queráis endurecer vuestros corazones”. (Ps. XCIV).

NOTAS:

Tiro.- Antiguo puerto de Fenicia fundado mucho antes del siglo X A.C. Los textos bíblicos lo llaman Tso o Tsur.- Su historia se hermana con la historia del comercio. Durante su larga existencia tuvo innumerables vicisitudes y tragedias. Su primera construcción fue en la costa y luego se trasladó a una isla roqueña que emergía al frente sin dejar lo construido en el continente. Siempre había sido idólatra. Durante la dominación romana se daba culto preferente a Hércules. En la época de Nuestro Señor ya era proverbial su corrupción: (Mth. XXI-24). Sin embargo, algunos de sus habitantes fueron expresamente a oir la predicación de Jesús y formaron una comunidad cristiana visitada posteriormente por San Pablo.

Sidón.- Antigua ciudad marítima fenicia situada como a 35 Km. al  N. de Tiro. Sus habitantes fueron primitivamente llamados Sidonios. Dos veces fue destruida y reedificada. Sufrió las invasiones de Asiria y Roma. Es citada por N. Señor como participante de los vicios de Tiro su Rival. Actualmente se identifica con la ciudad de Saida.


Decápolis.- Eran diez ciudades de palestina situadas al S.E. del lago de Genesaret, pobladas de griegos y regidas por leyes griegas. Habían formado una confederación para defenderse de las tribus circunvecinas. En tiempo de Nuestro Señor gozaban de excepción y dependían directamente de Roma. Su población era pagana, pero había en ellas muchos grupos de judíos.- Se sigue del contexto que el sordomudo le fue presentado a Jesús en esta región, pero no se sabe si era judío o era gentil.   


lunes, 26 de septiembre de 2016

Continuación del Santo Evangelio. . .(cont.)




El Buen Samaritano

Continuación del Santo Evangelio según San Lucas, (X, 23-37)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; pues os aseguro que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, como también oir las cosas que vosotros oís, y no las oyeron. Levantóse entonces un doctor de la ley, y díjole con el de fin tentarle: Maestro, ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna? Díjole Jesús: ¿Qué es lo que se halla escrito en la ley?, ¿qué es lo que en ella lees? Respondió él: Amarás al Señor Dios tuyo de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo. Replicóle Jesús: Bien has respondido: haz eso y vivirás.

Mas él, queriendo dar a entender que era justo,  preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?. Entonces Jesús, tomando la palabra, dijo:

Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones, que le despojaron de todo y le cubrieron de heridas, y se fueron dejándole medio muerto. Bajaba por el mismo camino un sacerdote y, aunque le vió, pasó de largo; igualmente un levita, a pesar de que se halló vecino al sitio y le miró, siguió adelante. Pero un samaritano que iba de camino, llegóse a donde estaba y, viéndole, movióse, a compasión, y acercándose, vendó sus heridas ungiéndolas con aceite y vino, y subiéndole en su cabalgadura, le condujo al mesón, y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios y dióselos al mesonero, diciéndole: Cuida de este hombre; y todo lo que gastares de más yo te lo abonaré a mi vuelta.

¿Quién de estos tres te parece haber sido prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

---Aquel, respondió el doctor, que usó con él de misericordia.
---Pues anda, díjole Jesús, y haz tú otro tanto.

COMENTARIO:

Explicaremos hoy de manera exegética el significado de esta preciosa parábola. La exégesis verbal considera las palabras, frases y circunstancias y las aplica por partes en los diversos sentidos que el contexto presenta.

Un hombre, es decir, el hombre, la humanidad.

bajaba, como quien dice, descendía de categoría,

de Jerusalén. Interpretemos, del cielo, al cual llama el Apocalipsis “la Jerusalén Celeste”;

a Jericó, a la ciudad fundada cerca del Mar Muerto; es decir, a la tierra, al pecado, que colindan con la muerte.    
Este preámbulo del hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó, significa, pues, la humanidad, creada en Gracia de Dios, que, al pecar, la pierde, abandona el paraíso y es desterrada en este valle de lágrimas.   

Cayó en manos de ladrones que le despojaron de todo. El demonio robó a la humanidad su gracia y felicidad.

Le cubrieron de heridas dejándole medio muerto. El pecado hirió de muerte a la humanidad entera porque le arrebató la gracia y porque la dejó tarada con el pecado original y el desorden consecuente de la concupiscencia que es el hervor de las pasiones.

Bajaba por el mismo camino un sacerdote.
Entendamos por este Sacerdote a la Antigua Ley con su Sacerdocio, Templo, Altar y Sacrificios.

Aunque lo vió, pasó de largo. He aquí la impotencia de los antiguos Sacrificios para redimir a la humanidad.

Igualmente un Levita. Entendamos por el Levita las prácticas del Antiguo Testamento, igualmente insuficientes para justificar por sí mismas a las almas. Sólo el Mesías prometiendo podría salvarlas.

Pero un Samaritano. El Samaritano era un israelita considerado como extraño en el pueblo de Dios. La Iglesia aplica este tipo a Jesucristo, hombre verdadero, pero de personalidad extraña a la humanidad por ser también Dios verdadero.

Llegóse hasta donde estaba. El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros.

Y viéndole, movióse a compasión. El estado de la humanidad movió a Jesucristo a sacrificarse por nosotros.

Y acercándose le vendó sus heridas ungiéndolas con aceite y vino. Es decir, haciéndose uno de nosotros por la Encarnación, curó nuestras heridas espirituales vendándolas con su ejemplo, suavizándolas con el bálsamo de su palabra y lavándolas con el vino de su Sangre. He aquí la verdadera y definitiva Redención.

Y subiéndolo a su cabalgadura. Unciéndolo a su Cruz..

Lo condujo al mesón. A lugar seguro; incorporólo a su Iglesia.

y cuidó de él. El personalmente redimió a la humanidad haciendo de su persona la fuente de la salud.

Al día siguiente, es decir, desde el día perpetuo de la Resurrección de Jesús.

saco dos denarios. Jesús promulga el Nuevo Testamento, que se reduce a dos mandamientos: amor de Dios y amor del prójimo, e impone a los hombres la fe en sus misterios y la práctica de las buenas obras.  

dióselos al mesonero. Este es el Sacerdocio de la Nueva Ley, guardián de la Iglesia Católica, depositario de esos dos denarios: fe y costumbres, Revelación y Sacramentos.

diciéndole: Cuida de este hombre. . . ¡Qué encomienda tan preciosa hace Jesús al Sacerdote: Su gracia y poder en favor de las almas!

yo te lo pagaré a mi vuelta. ¡Qué premio tan divino dará el Señor a los ministros Sagrados que se porten fieles cuando a su vuelta, es decir, el día del juicio, pagará como hecho en su persona lo que se hizo en la persona de los pequeñitos!

RESUMIENDO: La Antigua Ley fue insuficiente para salvar a la humanidad  caída. Jesucristo la redime y aplica su Redención a todas las generaciones por ministerio de su Iglesia.

NOTAS al comentario (Luc. X-23-37).

Apocalipsis.- Nombre del último libro de la Sagrada Escritura escrito en Patmos por el Apóstol San Juan  a inspiración del Espíritu Santo. El carácter de este libro es profético y se desarrolla por sucesivas revelaciones.

Jerusalén Celeste.- El reino espiritual de Jesucristo.

Jericó.- Ciudad miltimilenaria de Palestina, situada en la llanura de Gor junto al Mar Muerto. Pensemos en Jericó pagana de que habla Josué VI.

Concupiscencia.- En el sentido más frecuente de la Escritura y en el obvio de la Teología es el desorden de las pasiones no sujetas a la razón, como consecuencia del pecado original. (Consultar Gal., V-16-25. Rom. VIII-23. Gén. III-7)

Pecado Original.- Es un dogma de fe. Se define como pecado cometido por Adán y transmitido por la generación como habitual en todos sus descendientes. Se llama pecado original porque nos viene a consecuencia de nuestro origen y consiste en la privación de la gracia y el derecho al cielo. San Pablo en Rom. V-12, nos dice:  “Por esto, como por un solo hombre el pecado entró en el mundo y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres alcanzó  la muerte por cuanto todos pecaron”.


Es un misterio débilmente explicado por la solidaridad del género humano con Adán su cabeza física, y en cierto modo revelado con paralelismo admirable por la redención universal dada la solidaridad de la humanidad con Cristo su cabeza espiritual. Consultar Rom. V-18-21 y las definiciones de los Concilios de Cartago (año 418), Orange (año 529), Trento (años 1545 a 1563).  


miércoles, 21 de septiembre de 2016

Continuación del Santo Evangelio. . . (cont.)




El Fariseo y el Publicano

Continuación del Santo Evangelio según San Lucas. (XVIII-9-14).

En aquel tiempo, dijo Jesús a ciertos hombres que presumían de justos y despreciaban a los demás, esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: el uno fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba en su interior: ¡Oh Dios! te doy gracias de que no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana; pago los diezmos de todo lo que poseo. El publicano, al contrario, puesto allá lejos, ni aún los ojos osaba levantar al cielo; sino que se daba golpes de pecho, diciendo: Dios mío, ten misericordia de mí, pecador. 
Os declaro pues, que éste volvió a su casa justificado, mas no el otro; porque todo aquel que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

COMENTARIO:

Es esta una parábola cuya moraleja tiene constantes aplicaciones, tanto en el orden físico como en el espiritual, no menos que en el social, sea civil, sea  religioso. Pues habiendo el Señor dotado a los hombres de diversas maneras y siendo desigual la distribución de los talentos, es lógico que haya desigualdad; pero lo que no cabe es que los que se sienten mejor dotados desprecien a los menos favorecidos.

La razón íntima de esto es que todo lo hemos recibido de Dios para procurar su gloria y negociar nuestra salvación; quien se gloría, se apropia los dones recibidos, se inciensa a sí mismo con el incienso que debiera tributar a Dios, en una palabra, comete un robo a la gloria divina. Por esto decía San Pablo: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieses recibido”? (I Cor. IV-7).

Si gozamos de ventajas corporales, las recibimos para ayudar a los débiles; si de riquezas, para favorecer a los pobres; si de una inteligencia esclarecida, para enseñar con caridad al que no acierta; si de una voluntad férrea, para fortalecer a los pusilánimes. . .

Si así se emplearan los talentos, se habría logrado el perfecto equilibrio de la interdependencia social que Dios pretende, y nunca el prepotente hubiera despreciado a los pequeños, ni lamentáramos la reacción de los oprimidos en una funesta lucha de clases.

Pero tiene esta parábola una aplicación más sutil cuando miramos el aspecto espiritual: a veces las personas que se dicen virtuosas desprecian a las que consideran pecadoras. ¿No saben que la misma virtud es un don de Dios enteramente gratuito, y que sin su gracia no hubieran jamás logrado su conversión?.  

Piensen estos tales que, si los que actualmente les parecen pecadores, hubieran recibido la misma gracia que ellos, tal vez hubieran correspondido mejor y darían mayor gloria a Dios.

Sin embargo, un abismo de misterio se cierne sobre esta pregunta: ¿Porqué ellos no han sido favorecidos y yo sí?

La respuesta debe ser un profundo anonadamiento que se traduzca en gratitud a Dios y compasión para con el prójimo.

Hay todavía un aspecto más profundo en estos misterios: el don de la fe. Nosotros, Católicos, hemos recibido de Dios, sin mérito de nuestra parte, la luz verdadera que se halla en nuestra Iglesia, mientras que millones de hombres nacen en las tinieblas del ateísmo, de las falsas religiones o en la penumbra de una fe desviada y raquítica.

La Iglesia no se ensoberbece de su preciado don: ama a los descarriados y los busca; y si a veces prohíbe a los fieles tratar con ellos, no es para infundirles odio por esas almas, sino para preservarlos del veneno que destilan, pues sabemos bien que el demonio no se contenta con perder a esas almas, sino que las toma de instrumento para perder a las demás.

Tal es el triste caso de los pobrecitos protestantes, que desearían la destrucción de la Iglesia, y más todavía el de los que, habiendo sido en un tiempo católicos, han apostatado de la fe: la ponzoña que llevan en sus almas los vuelve frenéticos propagandistas de la herejía y pretenden inyectar su virus a los incautos que se les acercan.

Pero este miserable estado espiritual, lejos de infundirnos desprecio por sus almas, debe darnos compasión: como se compadece la madre que ve a su hijo atormentado de terrible fiebre que le hace delirar, como se compadecía el padre del lunático, como se compadecía la cananea por su hija, los cuales, sin contaminarse del mismo mal, hicieron suyos el dolor y la desgracia de sus seres queridos y rogaron a Cristo hasta lograr su curación: “compadécete de nosotros”, clamaba aquél , derramando lágrimas; y mejor todavía la Cananea: “ten piedad de mí, que mi hija es atormentada del demonio. . ."

Roguemos a Dios por nuestros hermanos separados y no los despreciemos. ¿Quién sabe sí, reconociendo su mal, se acerquen a Dios y por su humildad regresen justificados a la Casa de Padre Celestial?

NOTAS:

Fariseo.- La asociación religiosa de los “santos” o “Compañeros” era antiquísima. Con toda certidumbre se la identifica durante el reinado de Juan Hircano (153-104 a.c.). Posteriormente se les llamó fariseos. Eran estrictos en la observancia de la Ley y las tradiciones aunque la mayor parte de ellos (no todos) llegaban al escrúpulo y al exhibicionismo frecuentemente reprobado por Jesús. (Consultar Math. XXIII).


Publicano.- El publicano de nacionalidad judía, como se supone que sería el de la parábola, era “exactor” o agente subalterno de los recaudadores de impuestos que por lo general eran extranjeros. Como su oficio se prestaba a la extorsión y al fraude, eran considerados como pecadores públicos y se les negaba el trato social como impuros. Eran odiados de los judíos como renegados y traidores por estar al servicio de Roma.